Los árboles en la ciudad, Revista El Ecologista nº 42,
Luciano Labajos, jardinero y educador ambiental

El cuidado del arbolado urbano adolece de muchos defectos

Son conocidos los beneficios que aportan los árboles en la ciudad. Sin embargo, para que los árboles se desarrollen adecuadamente son necesarias unas condiciones de plantación, cultivo, poda y cuidado durante las obras que rara vez se cumplen. Más que de cuidados, a menudo es más propio hablar de maltratos.

El proceso de concentración de la población en las ciudades es un fenómeno paralelo al de la industrialización desde mediados del siglo XIX. Los cambios sociales y económicos que lleva aparejado el crecimiento de las ciudades, casi siempre descontrolado, tienen otra característica: estas poblaciones se ven alejadas del medio rural y del contacto directo con la naturaleza, reinstaladas en barrios y suburbios que suelen carecer de lo más indispensable.

Sometidos a jornadas brutales y a condiciones ambientales de gran precariedad, normalmente desde niños, estos pioneros del proletariado pronto se organizan en colectivos: sindicatos, asociaciones culturales o sociales, y lo que podríamos llamar grupos ecologistas de la época, es decir, núcleos de personas con sensibilidad ambiental y cultural que alarmados e indignados con la falta de calidad de vida, exponen sus quejas y frecuentemente colocan como bandera de su lucha el icono del árbol urbano, como símbolo e indicador sociobiológico de la sociedad a la que aspiran.

El árbol es, por tanto, un ideal y no sólo debe de estar presente en las lejanas montañas boscosas, dehesas o arboledas rurales, tan añoradas por el emigrante. El hombre ilustrado y culto presta una coartada científica e ideológica al hombre del campo obligado a emigrar. Éste se trae consigo, cuando puede, un árbol frutal y lo instala en huertos o patios urbanos. Y exige a los poderes y autoridades su presencia en las calles y paseos, al tiempo que demanda la creación de espacios públicos arbolados y, en su caso, la cesión de los grandes jardines de aristócratas y reyes para el uso y disfrute de las clases más desfavorecidas.

Los árboles urbanos pueden convertir las degradadas ciudades industriales en entornos soportables y aportar a las mismas beneficios reales o fantaseados: reducen los ruidos y el polvo de la contaminación atmosférica, crean en las calles pequeños ambientes vitales en los que se encontrarán las aves, favorecen microclimas donde las temperaturas se suavizan… Los árboles ciudadanos aportan, además, un bienestar estético y psíquico. Sus troncos y copas y sus masas de verdor, que crean contrastes con las simétricas construcciones, nos acercan y educan por otro lado en la visión de la naturaleza silvestre y sus paisajes.

Sin embargo, para que todo esto ocurra en buenas condiciones es necesario que los árboles se dispongan y se mantengan de acuerdo a unas normas que pocas veces se cumplen.

Lo primero: cultivar y plantar correctamente

Los pioneros del arbolado urbano reclamaban en primer lugar un buen cultivo. Es necesaria una elección escrupulosa de las especies en función del uso que se les vaya a dar. Es frecuente, por ejemplo, que se elijan especies de gran porte que después habrá que podar, ya que poseen un volumen descontrolado para las estrechas calles de muchas ciudades.

Los árboles se han de plantar y cultivar cuidadosamente en viveros especializados, controlando su desarrollo, transportándolos con esmero hasta el lugar de la plantación, protegiendo sus troncos, ramas y raíces en la carga y descarga. Este aspecto se suele descuidar frecuentemente y se plantan árboles con las raíces heladas o desecadas, magullados en sus troncos, ramas o raíces, o podados salvajemente por malos transportes, que buscan el ahorro en los portes.

La plantación propiamente dicha tampoco se hace del modo correcto: no se realizan los hoyos del tamaño adecuado, ni se enmiendan o abonan las tierras donde el árbol debe crecer; el fondo de los alcorques suele estar compactado, cuando no es de hormigón, y al hacer las aceras no se tiene en cuenta que aquel cajón de hormigón iba a servir para plantar.

En ocasiones no se prevé un sistema de riego antes de la plantación. Cuando se planifican los servicios de las calles (gas, agua, electricidad, telefonía…) pocas veces se tiene en cuenta a los árboles ni su desarrollo y mantenimiento, ni que estos servicios obligarán a realizar constantes zanjas para reparaciones y cambios en las instalaciones.

Durante la tarea concreta de la plantación, los árboles se suelen podar brutalmente sin sentido y son abandonados después a su suerte: pocas veces los árboles se riegan periódicamente y más raramente aún se abonan y se cuida de su mantenimiento, a pesar de que este servicio lo realizan empresas concesionarias que cobran por ello.

Obras públicas

Otra cuestión son las obras públicas que suelen afectar a los árboles ante la pasividad o complicidad de las autoridades. Las obras de remodelación, urbanización y construcción de nuevas infraestructuras suelen acabar con muchos árboles adultos que son sacrificados sin ningún escrúpulo, o son talados sobre la marcha, o bien mueren o enferman y agonizan durante largos años por las heridas en ramas, troncos o raíces. Y ello se realiza, a menudo, no en aras del progreso, sino más bien en beneficio de los especuladores y constructores y en ocasiones para satisfacer el capricho de los ediles que han cambiado de gusto estético y no valoran la obra de sus antecesores.

Es obligado decir que todas estas reformas que afectan al arbolado se acometen sin que los árboles tengan la protección necesaria en sus ramas o troncos y menos aun en la zona de las raíces. Sin duda las ganancias son más importantes cuando las obras se realizan de forma tan chapucera. Pero los árboles son patrimonio de la ciudad y de todas las personas que en ella viven.

Podas

Sin duda el aspecto más controvertido de la gestión de los árboles urbanos es la política de podas del arbolado de las calles. Pocas veces existe una planificación real y coordinada sobre este asunto: es más, la descentralización hace que las políticas del arbolado urbano y otras políticas ambientales se gestionen en cada junta municipal, ayuntamiento o consejería –con un ansia neurótica por las pequeñas competencias y una fiebre por crear cubículos administrativos sin coordinación ni contacto entre ellos que favorecen más el poder personal de gentes mediocres que la eficacia en la gestión– sin que existan criterios técnicos unificados.

Lo ideal sería que cada municipio tuviera un plan, cuyas líneas generales fueran comunes a todo el Estado. Estos planes deberían incluir:
- Un inventario de los árboles de las calles, paseos, parques y jardines públicos y privados (lo que impediría que se desatendieran o que desaparecieran impunemente por recalificaciones urbanísticas, que por más legales que se digan que son, son inmorales desde todo punto de vista).
- Objetivos a desarrollar.
- Los medios precisos con los que se cuenta.
- Trabajos concretos a realizar y modo adecuado de ponerlos en práctica (uno de estos aspectos concretos sería la política de podas).
- Política de podas del municipio encaminada a mantener la salud y el buen estado de los árboles, para que puedan ser disfrutados por los ciudadanos en las mejores condiciones.

Sin duda algo parecido a lo propuesto, y la voluntad y medios necesarios, facilitaría que el actual caos se corrigiera en parte. Los ciudadanos sensibles han concretado sus protestas contra la política de podas pues es aquí donde emerge la absoluta falta de planificación de los ayuntamientos. En este sentido, no estaría de más elaborar una normativa homologada y consensuada que contemplase los árboles urbanos de los pueblos y ciudades del Estado. Esta normativa facilitaría las actuaciones positivas y evitaría los desmanes que pesan sobre los árboles urbanos y que pocas veces desde los grupos ecologistas se tocan con rigor.

Algo significativo en esta normativa sería exigir que se realicen estudios de impacto ambiental cuando se vayan a realizar reformas o transformaciones que afecten al arbolado. Es inaudito que ocurran cosas como la remodelación del Paseo de la Castellana de Madrid sin que se hayan realizado los estudios técnico-ambientales pertinentes. Esta obra, que ha afectado de forma seria a los árboles, ha privado a los ciudadanos de la visión y el disfrute de un paseo histórico, ya que no se va a conservar nada de su trazado original. Muchos de los árboles de la primera fase de la remodelación se están secando y mueren por la compactación de las raíces o por las heridas que sufrieron cuando las obras estaban en curso.