Persisten muchas prácticas ilegales contra los animales carnívoros.

Emilio Martín Estudillo, miembro de Ecologistes en Acció y Técnico Superior en Gestión y Ordenación de los Recursos Naturales y Paisajísticos. Revista El Ecologista nº 65

La gestión de los predadores debe partir de una visión amplia que tenga como centro la salud ambiental de los espacios donde se practica la caza y no únicamente la conservación y multiplicación a ultranza de determinadas especies, como ocurre a menudo. Pero más importante aún, es el control de la propia caza para que esta actividad no merme la biodiversidad ni perjudique a la conservación de los ecosistemas.

El control de los depredadores en el medio natural es uno de los temas más controvertidos de la gestión de los espacios naturales (ya sean cotos de caza, áreas provistas de alguna forma de protección, o ambas cosas a la vez). Fuera de los ámbitos estrictamente técnicos, científicos o cinegéticos –y no especialmente desde un punto de vista ecologista radical– se percibe con estupor el que buena parte de nuestros montes acojan un número nada desdeñable de lazos y trampas destinados a la captura y posterior muerte de especies tan dispares como zorros, ginetas o garduñas… con el beneplácito de la administración medioambiental de turno.

Con frecuencia se confunden los términos control y gestión, y en más ocasiones aún se identifican ambos con la práctica del exterminio local de una especie determinada ante la apreciación subjetiva de un colectivo reducido de personas. En lo que concierne a este artículo entenderemos por control la eliminación directa de un depredador capturado por medios legalmente admitidos. Nos referiremos a gestión ante un manejo de la fauna basado en estudios científicos y desarrollado por personal técnico y que puede contemplar –o no– el control de depredadores. Por último, hablaremos de campañas de exterminio o erradicación cuando se dé la circunstancia de que se realiza un modelo de manejo de fauna basado en la eliminación directa de cualquier depredador, sin estudio científico o técnico previo y por medios legales e ilegales.

Un apunte ético

Si bien la práctica cinegética bien gestionada y sujeta a los controles necesarios puede contribuir al desarrollo de áreas rurales deprimidas y a la mejora de la biodiversidad, no hemos de olvidar que se trata, simplemente, de una actividad deportiva, tan ligada a los ancestrales orígenes del ser humano como lo puede estar el atletismo. Partiendo de esta consideración, nos parece cuestionable que en aras de una concepción determinada de la práctica de un deporte se incida tanto, tan profundamente y tan a la ligera, sobre parte de la fauna (los carnívoros) que habita en nuestros montes y sobre las estructuras ecológicas preexistentes (densidad de predadores, relaciones depredador-presa, relaciones interespecíficas entre los predadores naturales, etc.).

Las alimañas

En 1953, Rafael Cavestany y de Anduaga, a la sazón Ministro de Agricultura del Gobierno de Francisco Franco, publicaba en el BOE el Decreto por el cual se declaraba obligatoria la organización de Juntas Provinciales de Extinción de Animales Dañinos y Protección a la Caza, o dicho de otro modo, se daba vía libre –y se subvencionaba– el exterminio de la fauna carnívora: las alimañas. Cuatro años antes, Luis Pardo, licenciado en ciencias naturales y Secretario de la Federación Española de Caza, definía en un capítulo de su libro Zoología Cinegética Española qué eran las alimañas: “Conjuntamente son denominadas así una serie de fierecillas de medianas, pequeñas y aún diminutas dimensiones, verdadero azote de la caza menor y de los corrales de cortijos y masías”. [1]

El libro de Luis Pardo incluye entre las alimañas a todos los mustélidos, a la gineta y al meloncillo (que son un vivérrido y herpéstido respectivamente) y no duda en referirse a estos animales como “bichos” o “animalejos”. La lista de alimañas, sin embargo, se queda corta, a tenor de los documentos conservados en los que la administración de la época proporciona un precio determinado a cada alimaña que se demostrara haber cazado para bien de las especies cinegéticas. Así, el listado de alimañas completo, además de los mustélidos, incluía a otros mamíferos como el lobo, nutria, zorro o gato montés, a aves como el cuervo, graja, urraca o las rapaces diurnas, y también a los ofidios y a los lacértidos.

De 1973 en adelante, con la aprobación de la Ley de Caza y otras normativas tanto nacionales como europeas y autonómicas, el panorama en el plano legislativo cambia radicalmente para algunos de los grupos faunísticos englobados bajo el rubro de las alimañas, bien otorgándoles una protección total (caso de las rapaces, reptiles o la nutria), bien regulando su caza (lobo, zorro, córvidos…).

Limbo legislativo y desprotección

Sin embargo, algunas especies han quedado en un confuso limbo en el cual, dependiendo de la comunidad autónoma en la que se desarrolle su vida, podrá ser legalmente capturada y eliminada o bien será objeto de protección. Esta es la situación, por ejemplo, de la garduña, que goza de protección en la Comunitat Valenciana y en Aragón, donde su caza está prohibida, mientras que en Catalunya –comunidad lindante con las anteriores– está considerada una especie no-protegida/no-cinegética, es decir, que puede estar sometida a un eventual control de predadores previamente autorizado por la administración. Una situación similar ocurre con la gineta.

Aún en el caso de que estemos tratando de especies estrictamente protegidas (como el gato montés o el meloncillo), el control de predadores, tal y como hoy en día se realiza, parece no garantizar la supervivencia de los carnívoros protegidos que caen en los medios de captura destinados, teóricamente, al control de predadores no protegidos y considerados dañinos.

Un estudio realizado en 2001 por el Departamento de Biología Animal de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Málaga [2] mostraba unos resultados desoladores respecto a la validez y selectividad de los medios de control de depredadores. Los autores realizaron un seguimiento de una campaña de control de depredadores realizada en un coto de caza menor malagueño de 900 hectáreas y comprobaron que las especies capturadas con mayor frecuencia estaban legalmente protegidas y que al menos la mitad de ellas eran eliminadas de forma activa (matándolas) o pasiva (dejándolas morir dentro de las jaulas).

Nuestra experiencia profesional nos ha permitido comprobar que este modo de actuación también se da con frecuencia en las sierras del interior de la Comunitat Valenciana, incluso si están incluidas en espacios protegidos. Así, los gestores de los cotos de caza colocan cajas trampa o lazos con tope –medios que pueden estar autorizados por los preceptivos planes de ordenación cinegética– pero no comprueban con la regularidad debida las capturas realizadas, con la agravante de que el control de las trampas se realiza por el personal del coto, que decide, autónomamente y a capricho, la muerte o suelta del animal capturado, sea protegido o no.

Daños a la caza menor

En la mayoría de las ocasiones el control de depredadores se realiza sin ningún tipo de estudio que lo avale. Se tiende a colocar los medios de captura sin saber a qué densidad de depredadores se está haciendo frente, si existen en la zona especies protegidas que pudieran caer en las trampas y si los medios utilizados realmente reducen el problema (el impacto de la predación sobre una especie de interés económico para el gestor) o bien contribuyen a agravarlo, al incidir en mayor medida sobre carnívoros especialistas frente a los más generalistas –entre los que se incluyen mamíferos antropófilos (perros y gatos domésticos), que rara vez caen en trampas–.

Por supuesto, no se realizan estudios previos sobre la dieta de los depredadores de la zona en la que se implementa el control, pese a que a existen numerosos trabajos que muestran una enorme variabilidad de las presas consumidas por los depredadores dependiendo de la localidad en la que habiten. Así, estudios realizados sobre la dieta de la gineta [3] reflejan que poblaciones madrileñas de este vivérrido consumen un porcentaje moderadamente alto de lagomorfos (conejos y liebres, 23,6%) mientras que este porcentaje es nulo en el norte de Galicia y casi testimonial (6,8%) en el centro occidental de la Península.

Por otro lado, no se realiza una evaluación de los resultados del control sobre las especies de depredadores, consiguiéndose, en muchas ocasiones, resultados contrarios a los deseados por los gestores. Así, el impacto del control de zorros ha sido analizado en diferentes zonas de Inglaterra con distintas presiones de control [4]; las conclusiones de estos estudios asocian el éxito del control a la escala geográfica, siendo realmente eficiente cuando se realiza a escala regional y de forma coordinada entre todas las zonas. En estudios realizados en Catalunya [5] y, a nuestro parecer, extensibles a la Comunitat Valenciana y otras regiones ibéricas, se ha comprobado que los cotos de caza actúan de forma independiente, sin ninguna coordinación entre ellos, circunstancia que da como resultado que las poblaciones de zorro no muestren una tendencia clara a reducir sus densidades o abundancia.

Uso de venenos

En las últimas dos décadas se ha producido un preocupante repunte del uso de venenos para el control de depredadores. La falta de medios de vigilancia ambiental y la pasividad de la mayor parte de las administraciones están contribuyendo de manera decisiva a que este sistema de control de predadores se esté generalizando pese a los estragos que produce sobre la fauna protegida.

Según datos del Ministerio de Medio Ambiente, entre 1990 y 2001 se registraron 5.623 casos de envenenamiento de los cuales un 42,5% afectaron a especies incluidas en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas. Según un informe realizado por Ecologistas en Acción en 2009 [6], se estima que el número de animales protegidos muertos por envenenamiento en los últimos 15 años puede superar los 70.000 ejemplares.

La especie depredadora más efectiva

Cuando se habla de control de la predación pocas veces –o ninguna– se tiene en cuenta que el depredador más efectivo presente en los cotos de caza es, precisamente, el cazador. Su efectividad a la hora de obtener una presa supera a la de cualquier depredador no humano (que cuentan con una efectividad media del 20%) ya que no caza para su propia supervivencia y puede emplear grandes dosis de energía y tiempo hasta que consigue el trofeo deseado, debido a que su insumo de energía está asegurado por otros medios. El cazador caza de manera directa (armas) o indirecta (trampas, venenos), con lo cual multiplica su éxito e igualmente realiza la actividad cinegética casi en cualquier época del año (por medio del furtivismo o bien a través de concesiones legales como la media veda). Es, por así decirlo, un depredador abusivo.

A nuestro modesto entender el control de la depredación debe empezar por el control real y efectivo de la actividad cinegética, con la presencia en el monte de un número realista de personal debidamente preparado que supervise las acciones y omisiones del colectivo cazador, debido, principalmente, a la evidente incidencia que produce su actividad deportiva y la gestión de la misma sobre la fauna de los espacios naturales y, por extensión, sobre los ecosistemas en general.

Igualmente sería recomendable un autocontrol responsable de los deportistas cinegéticos sobre su práctica, potenciando la implementación voluntaria de periodos de veda más largos cuando las especies cinegéticas estén afectadas –o puedan verse afectadas– por circunstancias climatológicas adversas (como sequías) o enfermedades.

Hacia la gestión integral de la predación

La gestión de la predación debiera partir de una visión amplia que tuviera como centro la salud ambiental de los espacios donde se practica la caza y no únicamente la conservación y multiplicación a ultranza de determinadas especies. El fomento industrial de piezas de caza menor en zonas muy localizadas produce evidentes cambios en la estructura faunística del espacio afectado, por lo que antes de acometer este tipo de acciones se ha de controlar hasta qué punto son positivas para el medio; si son los propios gestores los que crean desequilibrios, la solución no debería pasar por la eliminación a la ligera de especies contempladas como competidoras, ya que, en muchos casos, son elementos fundamentales de hábitats determinados. Además de la presión selectiva que realizan sobre las piezas de caza y el control que ejercen sobre otros animales quizá poco deseados (múridos), no debemos olvidar que los pequeños carnívoros actúan como dispersadores de semillas durante los meses otoñales e invernales, actuando como auténticos gestores del matorral y los bosques.

Aunque ya se ha citado en otros lugares, no podemos dejar de traer a colación, a modo de conclusión de este artículo, un fragmento escrito por uno de los cazadores más sensibles e ilustrados de la España del siglo XX: Félix Rodríguez de la Fuente. En su libro El Arte de la Cetrería [7] el conocido naturalista y cetrero escribía así sobre la persecución a la que se ven sometidas las aves rapaces y, por extensión, los animales carnívoros:

“El día que España se haya transformado en inmenso criadero de perdices y hayan desaparecido los azores, los halcones, las águilas y todos los hermosos y necesarios animales carniceros; el día que hayamos conseguido una fauna mutilada, chata y unilateral; el día que podamos ufanarnos de matar miles de perdices en todos nuestros ojeos, habrá llegado el principio del fin: las enfermedades degenerativas e infecciosas y la falta de estímulo vital, derivados de la supresión de la competencia y de la selección natural, acabarán en algunos años con las perdices, como la mixomatosis ha terminado con los conejos”.

Bibliografía:
- CARVALHO, J.C y GOMES, P. “Food habits and trophic niche overlap of the red fox, european wild cat and common genet in the Pereda –Gerès National Park”, Galemys nº 13 (2), 2001.
- GÓMEZ MAZANEQUE, F. (COORD.) (1997), Los bosques ibéricos. Una interpretación geobotánica. Planeta, Barcelona, 2005.
- PURROY, F.J Y VARELA J.M., Mamíferos de España. Lynx, Barcelona, 2005.

Notas

[1] PARDO, L., Zoología cinegética española. Tomo I: Mamíferos (Fauna de caza de pelo), Librería Internacional de Romo, Madrid, 1949.

[2] DUARTE, J., y VARGAS, J.M., “¿Son selectivos los controles de predadores en los cotos de caza?” Galemys nº13 (nº especial), 2001.

[3] PÉREZ GARCÍA, J.M., “Apuntes sobre la dieta de la gineta Genetta genetta (L.) en el Valle del Henares (Madrid)”, Galemys nº 19 (1), 2007.

[4] HEYDON, M.J., y REYNOLDS, J.C., «Demography or rural foxes (Vulpes vulpes) in relation to cull intensity in three contrasting regions of Britain», Journal of Zoology nº 251. Cambridge University Press, London, 2000.

[5] LÓPEZ MARTÍN, J.M.,MAÑAS, S. Y LÒPEZ-CLAESSENS, S. “Parámetros reproductivos y estructura de edad del zorro Vulpes vulpes (L. 1758) en el NE de España: efectos del control de sus poblaciones”, Galemys nº 19 (Número especial), 2007.

[6] VVAA, Casos graves de envenenamiento de fauna silvestre en España (enero de 2006-abril de 2009), Ed. Área de Conservación de la Naturaleza, Ecologistas en Acción, 2009. Consultable en: https://www.ecologistasenaccion.org/wp-content/uploads/adjuntos-spip/pdf_Informe_venenos_2009.pdf

[7] RODRÍGUEZ DE LA FUENTE, F., (1970), El arte de la cetrería, Librería Noriega, México, 1986.