Desde hace años cada vez que ecologistas organiza su asamblea convocamos en paralelo un espacio de ludoteca que ha dado en llamarse la “Chiquiasamblea”.

Ecologistas en Acción. Revista El Ecologista nº 87.

Desde hace años cada vez que ecologistas organiza su asamblea convocamos en paralelo un espacio de ludoteca que ha dado en llamarse la “Chiquiasamblea”. Este es un espacio infantil que intenta (unos años con más éxito que otros) reunir a los y las pequeñas ecologistas para que se conozcan, pinten pancartas y se pregunten por el mundo a su manera, que es jugando.

Las más pequeñas (hasta los tres o cuatro años) suelen quedarse en una sala próxima a la gente adulta y de forma rotativa se ocupan de ellas personas cercanas a las que no extrañan mucho. L@s adult@s acompañan el juego libre, que va variando en función de las condiciones del lugar en el que estamos. Cantar, saltar, esconderse, hacer construcciones… Los niños y niñas de ecologistas tienen el hábito de entretenerse con objetos poco sofisticados (tierra, palos, hojas…).

Los y las mayores ya pueden realizar actividades más cercanas a una asamblea adulta. A lo largo de los últimos años han hecho entrevistas preguntando por los problemas del medio ambiente, han pintado pancartas o banderas para llevar a la acción del último día, han realizado talleres de fabricación de objetos, han discutido sobre los problemas de la tierra, han ensayado coreografías reivindicativas.

Hacerse con el espacio y decorarlo, hacerse con el grupo y realizar juegos de presentación, hacerse con el sentido de la asamblea preguntándose sobre los toros o los bancos de peces y mezclarse con las preocupaciones adultas. Eso es la chiquiasamblea.

No está siendo sencillo: la diversidad de edades y la inestabilidad del grupo no ponen fácil realizar algunas actividades. Pero sobre todo encontramos dificultad para lograr que personas adultas suficientes (hombres y mujeres), de forma rotativa, se ofrezcan a acompañar esa asamblea infantil. Hemos construido un mundo segregado en el que las niñas y niños u ocupan todo el protagonismo, o encajan mal (como es nuestro caso). La tribu no funciona.

Tenemos claro que un mundo exclusivamente humano es un mundo incompleto. Da la espalda a la fauna, a la flora, a esos ecosistemas complejos de los que depende. Del mismo modo, un mundo adulto es un mundo seriamente incompleto. Se olvida de los niños y niñas, de las personas ancianas, de la vida como ciclo. Un mundo homogéneo que nos vuelve ciegos.

Si una cría de lince nos enternece, si vemos la necesidad de un huerto o plantamos bellotas, imaginando ese bosque necesario, ¿cómo no entender que las crías humanas son el destino de nuestro trabajo? Si no existieran, con su carga de futuro, quizá nuestro activismo no mereciera la pena.

Nuestra pequeña asamblea es ese huerto, esa bellota, ese lince del que somos responsables. ¿Te animas?