Cada año observamos cómo en ciertas comarcas extremeñas se producen quemas incontroladas e intencionadas de parcelas, debido a la creencia de que quemar los restos de cosecha beneficia a la tierra de labor, siendo en realidad ésta una práctica obsoleta y poco eficaz para el control de plagas y enfermedades. Las organizaciones agrarias han venido demandando las quemas como necesarias, utilizando su prohibición como chivo expiatorio para explicar el fracaso de la agricultura industrial del cereal de secano, cuando de hecho éste es más bien producto de las nuevas condiciones producidas por el cambio climático, los precios del mercado y el modelo de monocultivo. Este año la Junta de Extremadura ha cedido a las presiones de las organizaciones agrarias para autorizar algo que ya venían haciendo desde años atrás de manera ilegal, y que en realidad ha obtenido escasos resultados en el control de plagas.

Ecologistas en Acción de Extremadura, ante las informaciones aparecidas en los medios de comunicación, recuerda que la quema de los restos de cosecha, más conocida como “quema de rastrojos”, está prohibida en la Unión Europea y condicionada por las Ayudas Agroambientales y la Condicionalidad Agraria. Así, esta actividad sólo se permite en determinados pueblos previa autorización, utilizando las medidas preventivas obligatorias y sólo para el caso de las plagas de cereal de secano: Mosquito del Trigo (Mayetiola destructor) y Gusano del Alambre (Agrotis sp). De hecho, la quema de rastrojos es solamente una más de las medidas que se pueden aplicar para acabar con estas plagas. No debemos olvidar que aquellos agricultores que incumplan la normativa existente en materia de quema de rastrojos podrán ser penalizados e, incluso, se les podrán retirar las ayudas agroambientales a las que hubieran optado.

Además, la quema de rastrojos causa una serie de perjuicios sobre el medio ambiente. El impacto de esta actividad sobre la pérdida de suelo fértil, la desertización y la contaminación de las aguas superficiales y subterráneas, los perjuicios a la fauna y flora silvestres, la simplificación del paisaje y los ecosistemas agrarios, sin contar con el riesgo de incendios y la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera y otros gases de efecto invernadero, son algunas de las consecuencias más negativas de esta práctica. Al quemar el rastrojo eliminamos los pequeños animales, insectos beneficiosos, microorganismos que viven sobre y dentro del suelo que enriquecen el mismo con su actividad. Todo ello favorece que, a medio y largo plazo, se produzca la instalación de las plagas como endémicas en los campos. Además se destruye flora y fauna invisible a nuestros ojos y que es la encargada de que el suelo sea fértil, ya que estos microorganismos intervienen directamente en los procesos de descomposición de la materia orgánica.

Entre otros efectos negativos se puede señalar que, aunque la quema de rastrojos aporta a la tierra una pequeña cantidad de Potasio, por otro lado elimina la capa superior del suelo, con lo que desaparece el coloide y con él la capacidad hídrica del terreno, favoreciendo la desertización. Aparte de ello, junto con el humo producido escapa el Nitrógeno (componente vital para las plantas) que estaba retenido en las raíces, elaborado por las bacterias que viven en el humus y obtenido a través de las micorrizas. Se calcula que la quema de media hectárea de rastrojo hace desaparecer 100 Kg. de Nitrógeno, que luego deberá ser añadido de modo artificial para que crezca una nueva cosecha. Del mismo modo, arrebatamos a la tierra una considerable cantidad de materia orgánica que, de otra forma, serviría como abono para el campo tras descomponerse.

Sintetizando, la quema de rastrojos supone:

  • Un grave riesgo de provocar incendios forestales de gran magnitud.
  • La frecuente eliminación de la vegetación de ribera y pequeños bosques junto a los arroyos, caminos, lindes o sotos, que proporcionan sombra, sirven de refugio a la fauna y acogen un gran número de plantas comestibles o medicinales. Al quemarlos año tras año, estos bosques pierden su capacidad de regeneración.
  • Graves perjuicios a la fauna por el propio fuego, o por la eliminación de nutrientes con los que ésta se alimenta, lo que produce una merma en la Biodiversidad. En especial se ven afectadas las especies que habitan las estepas cerealistas, algunas de ellas protegidas, como la avutarda, el sisón, el alcaraván, etc., y también otras especies cinegéticas en franco declive como la perdiz, la codorniz, el conejo o la liebre.
  • La reducción de la capacidad del terreno para retener el agua, puesto que la paja mezclada con la tierra aumenta estas propiedades del suelo. Ello aumenta el peligro de erosión y desertización.
  • La destrucción de un recurso (la paja) que es utilizable como abono natural para la tierra, alimento para el ganado, o recurso en otras actividades agrícolas e industriales.
  • El uso masivo de fertilizantes artificiales para suplir los naturales que se han quemado, los cuales merman sensiblemente la rentabilidad de las cosechas, perjudican el propio suelo y contaminan las aguas subterráneas.
  • La generación de emisiones de efecto invernadero que agravan el Cambio Climático.
  • La degradación y simplificación del paisaje y de los ecosistemas agrícolas.

Por todo ello, Ecologistas en Acción apuesta por la rotación de cultivos y la implantación de modelos agroecológicos, más sostenibles y autosuficientes frente a las plagas. Por otro lado, vemos fundamental que se fomente la formación en el sector agrario hacia prácticas agroecológicas que permitan una conversión progresiva hacia un modelo más sostenible, capaz de producir alimentos de calidad en respeto con el medio ambiente. Dicho esfuerzo por la mejora en la formación debería comenzar por los ciclos formativos, pasando por la enseñanza universitaria –impulsando la oferta de Másteres y especializaciones en agro-ganadería ecológica—, y finalizando con el reciclaje en la materia de los profesionales del campo.